Bueno Quisiera Comentarles Sobre El Inigualable Canario El Gran y Maravilloso Tenor Alfredo Kraus, El Es mi Tenor Favorito Casi El Unico Tenor Que Escucho y estudio Profundamente Ademas de Franco Corelli. El que suscribe debe estar por siempre agradecido a Alfredo Kraus porque gracias a él empecé a conocer y a amar la ópera. Fueron sus actuaciones las primeras que me llamaron la atención. Fue su voz la primera que me cautivó. Y fue su técnica la que, al cabo de estos años en los que uno va entendiendo un poco más, me asombró. Y me seguía asombrando cada vez que lo oía cantar.
Al no conocerlo, no puedo entrar a juzgar cómo era como persona. Muchos coinciden en calificarle de distante y soberbio, pero los que estuvieron en todo momento a su lado, lo definen como una buena persona, amable y buen compañero. Que fuese de una u otra manera poco importa ya. Nos ha dejado, y con su marcha la lírica ha perdido a uno de sus grandes mitos. Doy gracias a la técnica por permitirnos seguir escuchando su bella voz en las muchas grabaciones que nos ha dejado.
El difícil arte de la intransigencia
Serenidad, a la hora de abordar sus roles, así como un escrutinio a conciencia de tesituras, se podría cualificar la actividad artística, longeva carrera, de Alfredo Kraus Trujillo (27 de noviembre de 1927-10 de septiembre de 1999), un tenor lírico leggero, para algunos, di grazia, quien supo embarnecer lo suficiente con los años y no abandonar un repertorio limitado a unas veinte óperas. Con él ha muerto una parte de esa generación de cantantes nacidos en la década de los años veinte y de la que era el representante en activo: Carlo Bergonzi (1924) se ha concentrado en la enseñanza y Nicolai Gedda (1925) ha venido restringiendo sus actuaciones a exclusivamente recitales y partes secundarias en grabaciones, mientras los italianos Giuseppe di Stefano (1921) y Franco Corelli (1921) desde hace tiempo se retiraron de los escenarios. Carrera que tardó en plasmarse, casi al punto de cumplir los treinta años de edad, desde un principio, la trayectoria de Kraus estuvo marcada por la oportunidad. Un contrato inicial en El Cairo le permitió entrar en familiaridad con roles veristas, el Mario Cavaradossi, de Tosca, de Puccini, y a la vez prueba de fuego ideal para asumir una de sus señales de identidad profesionales: no abordar partituras vocales más allá de sus capacidades físicas e interpretativas. Por ende, nunca más hizo Tosca en escena. Su gran golpe de suerte fue el haber interpretado a Alfredo Germont en un montaje en Lisboa, Portugal, de La traviata, de Verdi, a lado de María Callas, quien comenzaba un muy respetuoso camino por el tobogán de una voz.
El suceso ha quedado preservado en grabaciones "pirata" e, incluso, en un trozo filmado del tercer acto, el dúo "Parigi o cara", donde la voz del tenor canario destaca ya con ese su timbre tan especial, que, de acuerdo con gustos y sensibilidades, podría ir desde lo "bello" hasta lo "detestable". Pues si bien la discusión sobre el color de la voz de Alfredo Kraus nunca cesó, en algo sí se preservó el consenso: en su formidable extensión, una cuerda tenoril que abarcaba desde el do en la segunda octava del piano hasta el re sobreagudo, en la cuarta octava. Cualidades con las que el intérprete, nacido en las Islas Canarias, en ningún momento jugó, pues a su fama de tener un mal carácter se añadió una honestidad a la hora de abordar sus papeles líricos. Por ello, el transportar roles vocales fue un anatema para él (solamente renunció a ello con el contra fa del largo, "Credeasi misera", del último acto de I Puritani, de Bellini, por considerarlo "inhumano", y que otros ilustres tenores grabaron, en falsete, Luciano Pavarotti, y en un misto vocal, Nicolai Gedda).
Paradójicamente, y bajo los argumentos dados a conocer por Alfredo Kraus respecto la popularización de la ópera, con recitales masivos, donde la voz sin apoyos es reemplazada por la amplificación electrónica -en obvia referencia a Los Tres Tenores-, una vía de conocimiento primigenio de la voz de Alfredo Kraus fueron grabaciones de arias de zarzuela y de canciones románticas hispanas y latinoamericanas, desde la famosa aria de Doña Francisquita y la jota de El trust de los tenorios, o La tabernera del puerto, hasta Siboney, Ramona y la infaltable Granada, de Agustín Lara, en tiempos, los años sesenta, cuando el cross-over no mostraba sus influencias simplificantes. La antigua marca de discos Montilla se encargó de reproducir la voz de Alfredo Kraus, mediante grabaciones que en no pocas ocasiones adolecían por tomas precarias y orquestas de segunda monta. También, el casi debutante tenor español adquirió cierta notoriedad por medio de una película representativa del franquismo y en el émulo de las hazañas hollywoodenses de Mario Lanza: Gayarre (1958), una biografía cinematográfica como tantas, pero una "banda sonora" que reflejaba las posibilidades del tenor canario por esas fechas. El legendario tenor italiano Giacomo Lauri-Volpi, en su famoso libro Voces paralelas (Madrid: Guadarrama, 1974), enarbola una rara por caprichosa pareja: Alfredo Kraus y Plácido Domingo. Una de las tantas rarezas que da este mundo, especialmente si de tenores se trata, pues no podría haber más desatinos y apuntes de literatura fantástica, cuando un tenor habla de otro tenor. Aunque no le faltaría razón a Lauri-Volpi; coinciden un poco en técnica, donde la distancia es ganada por el recientemente fallecido Kraus. Acusado por su "nasalidad", el sonido de Alfredo Kraus proyectaba una gama homogénea en tono y color, desde su zona de graves, precisos y austeros, pasando por un centro sólido aunque compacto, para llegar a unos sobreagudos plenamente estudiados y resueltos, los que de alguna forma siempre lo mantuvieron en la polémica, no por inseguridad, sino por "carencia de belleza", otro elemento subjetivo, si lo hay.
Franco Corelli en una de sus pláticas grabadas con Stefan Zucker, en nuestra década, ha sostenido que la voz de Alfredo Kraus no tenía el paso técnico -passagio-, consistente en el cambio de registro de graves al centro y de ahí a los agudos, que por lo general se sitúa en el tenor entre el sol y el sol sostenido, sino que respondía a una continuidad sonora en homogeneidad de emisión. Es otra opinión. Los roles más afortunados de Alfredo Kraus fueron los ligados, obviamente, a los terrenos belcantistas tardíos; es decir, Vincenzo Bellini, Gaetano Donizetti e, inclusive, el primer Verdi, y casi a la par, la lírica francesa, con Nadir, en Los pescadores de perlas, Des Grieux, en Manon, de Massenet, para llegar en los años setenta a tres roles antológicos en el arte de Alfredo Kraus: Werther, en la pieza de mismo nombre de Jules Massenet; Romeo, en Romèo et Juliette, de Charles Gounod, y Fausto, en Faust, también de Gounod. Desconfiado de las grabaciones de estudio, solamente de Romeo y de Werther hay testimonios acabados de su arte interpretativo, a la par de múltiples registros "pirata" de I Puritani, La sonámbula, de Bellini; La fille du regiment, de Donizetti, incluso en video; un Don Giovanni -rarísima incursión en Mozart, un compositor para el que era indicado- de Salzburgo, de 1968, bajo la batuta de Herbert von Karajan y con Nicolai Ghiaurov como el burlador, y de su rol por antonomasia, el libertino duque de Mantua, en Rigoletto, de Verdi, del que hizo tres grabaciones de estudio: la primera, con Anna Moffo y Robert Merrill, con Georg Solti en la batuta, un segundo testimonio, con el barítono Ettore Bastianini, en una de sus últimas presencias discográficas, y una fallida Renata Scotto en Gilda, y el tercero, casi al cerrar la década de los setenta, donde el gran arte vocal de Alfredo Kraus brilla en sabiduría y aplomo interpretativos. Hacia 1970, Alfredo Kraus actuó en dos títulos en nuestro país, o sea, la capital mexicana: en La favorita, de Donizetti, y en I Puritani, de Bellini; por supuesto, en Bellas Artes y con compañeros de la talla de Cristina Deutekom, Ivo Vinco, Bianca Berini y Vicente Sardinero. Representaron funciones que ya perfilaban el adiós de las grandes figuras visitantes (un año antes se tuvo al joven Luciano Pavarotti en La bohème, de Puccini, y en Lucia di Lammermoor, de Donizetti) a los escenarios nacionales.
"La técnica es la base de todo. No se puede ser cantante si primero no se es un técnico vocal y no se puede ser un gran artista si no se es también un buen cantante", decía Alfredo Kraus, en lo que fue una especie de credo para él (Bravo, de Helena Matheopoulos; Argentina: Javier Vergara, 1987), y por ese ideario, al que le fue fiel a lo largo de más de cuarenta años de brillante carrera, será recordado Alfredo Kraus, un artista escrupuloso, dueño de una voz potente de tenor lírico-ligero, de excelsa dicción, fraseo estudiado y una extensión pasmosa, que le permitió abordar roles vocales en la cuerda floja sin recurrir a atajos o trampas. "La muerte de un grande empequeñece al mundo", solía decir George Bernard Shaw; así como a algunos otros que presumen de "grandes", se podría apostillar.